2004 Indigenismo, integración y política

September 12, 2017 | Autor: José Ramiro Podetti | Categoría: Latin American Studies, Geopolitics, Indigenismo
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Descripción

Indigenismo, integración y política José Ramiro Podetti

Hacia el bicentenario de una política suramericana En octubre de 1820 se reunieron en Londres el Vicepresidente de la Gran Colombia, Francisco Antonio Zea, y el Duque de Frías, embajador español. Zea había escrito poco antes: “Sería una prueba de cortas miras y ningún conocimiento de la marcha de las naciones dividir en pequeñas y débiles Repúblicas, incapaces de seguir el movimiento político del mundo, pueblos que estrechamente unidos formarán un fuerte y opulento Estado, cuya grandeza refluirá sobre todos ellos”. Ambos hombres deliberaron sobre un plan singularmente poco conocido: un Imperio federal hispánico. Se trataba de proponer a Fernando VII una negociación que detuviera la guerra, y uno de los pocos personajes en España no solo dispuesto a entablarla sino que veía sin resentimiento lo que pasaba en América era el Duque de Frías. La propuesta consistía en un decreto real que reconocía la independencia de las repúblicas americanas pero éstas se mantenían unidas junto con España, bajo una monarquía constitucional federal.1 El Duque intentó que Fernando VII lo escuchara, pero jamás pudo ir más allá de esas conversaciones. Bolívar pretendía salvaguardar el “gran espacio” del desplomado Imperio español frente al orden mundial protocolizado en el Congreso de Viena. De modo similar concibió Agustín de Iturbide su Plan de Iguala, con Fernando VII jurando ante unas Cortes mexicanas, y Lucas Alamán, en nombre de los diputados americanos, propondría en las Cortes de 1821 un proyecto análogo, rechazado por los “liberales” diputados peninsulares. Luego sería el adalid de la unión aduanera hispanoamericana y el antagonista solitario de los tratados que ofreció Gran Bretaña después de Ayacucho, advirtiendo su letal cláusula para nuestro futuro económico: la concesión del trato de “nación más favorecida”. Poco después de este triple fracaso de la Comunidad Hispánica, por primera vez tropas sanmartinianas y bolivarianas se reunieron, el 9 de febrero de 1822. ¿Qué valor tuvo este primer Ejército Suramericano de argentinos, uruguayos, chilenos, bolivianos, peruanos, colombianos, venezolanos y ecuatorianos? Evoquemos una pequeña historia, la de un gurí nacido en San Fernando de Maldonado, sitio hoy más conocido como Punta del Este. En el encarnizado combate de la falda del Pichincha, este muchacho hizo su contribución al triunfo, aunque al costo de dejar en el campo a la mitad del escuadrón que conducía. Lució luego la medalla otorgada “A los libertadores de Quito”, recibió la custodia de los estandartes ganados, y el propio Bolívar le entregó el título de “Ciudadano benemérito de Colombia”. Eugenio Garzón tenía entonces 27 años, y como otros oficiales uruguayos que se incorporaron al Ejército de los Andes, cuando combatía en el Pichincha lo separaban de su terruño fernandino,



Este texto fue escrito con motivo de la constitución de la Comunidad Suramericana de Naciones (hoy Unasur) en Cusco, el 8 de diciembre de 2004. Fue publicado en 2005 en un sitio hoy inexistente, bitacoraglobal.com.ar, y nuevamente en Agenda de Reflexión, 370, 4 de julio de 2007. http://www.agendadereflexion.com.ar/2007/07/04/370-una-politica-sudamericana/ 1 Ver NAVAS SIERRA, J. A. (2000): Utopía y atopía de la hispanidad. El proyecto de confederación hispánica de Francisco Antonio Zea, Madrid, Encuentro, y BETANCOURT MEJÍA, G. (1992): La Comunidad Latinoamericana de Naciones, nueva potencia, Bogotá, ICFES. 1

por los caminos de entonces, unos 7.000 kilómetros… Una distancia jamás soñada por un oficial napoleónico, que a las puertas de Moscú no llegaba a la mitad de ella, ni fue alcanzada siquiera en las Pirámides.

Tres regiones y tres raíces La Comunidad Suramericana planteada en Ayacucho y Cusco en 2004 representa, nuevamente, la voluntad de articular un “gran espacio”. En términos geoculturales, América del Sur tiene tres grandes regiones. En sus tres cuartas partes está dentro de la franja tropical del planeta, y hay quienes afirman que ninguna gran civilización surgió en dicha franja. Pero la transculturación brasileña unió al pueblo europeo más próximo a los trópicos (los lusos) con pueblos bien adaptados a ellos, los tupí-guaranís, a quienes debemos buena parte de la agricultura tropical que aun hoy cultivamos. Si a eso le sumamos la incorporación de etnias africanas, las más antiguas estirpes humanas nacidas en el trópico, el resultado es la primera alta civilización de la historia desarrollada en zona tropical, el Brasil. Hay un área en que la latitud tropical tropieza con los Andes, produciendo climas templados y fríos, y a continuación, por detención de las nubes, zonas desérticas. Allí los componentes aborígenes tienen el mayor peso con relación al de las etnias que ingresan en América a partir del siglo XVI. Es la zona de las más altas culturas prehispánicas, y donde está Cusco, nuestra Roma suramericana. La tercera gran zona es la del sur, única parte de esta experiencia que acontece en clima templado y frío sin altura, y la de mayor peso sanguíneo europeo: Argentina, Chile, Uruguay y el sur de Brasil. Es decir, en nuestra isla hay sociedades adaptadas al trópico, sociedades adaptadas a las grandes alturas y a áreas desérticas y sociedades adaptadas a las llanuras templadas y frías, que es lo más fácil. Lo que no hay son sociedades adaptadas al mar, extraordinaria desventaja en el mundo moderno, que es un mundo oceánico. Si bien cada región tiene en su seno algún predominio étnico-cultural, las tres comparten el signo principal de nuestra cultura: el mestizaje. América Latina representa la más importante confluencia de diversidades del mundo moderno. En ninguna otra parte se ha vivido un proceso equivalente, que involucró, desde el siglo XVI, a las tres mayores familias raciales del planeta: por orden de su aparición en América, mongoloides, caucasoides y congoides. Integrar América del Sur es articular las tres regiones (desafío geoeconómico) y asumir nuestra condición mestiza (desafío geocultural). Nuestro futuro se hará con “todas las sangres”, para usar el título de la novela de José María Arguedas, o no se hará. Europeísmos, indigenismos y afroamericanismos son referencias culturales necesarias en sociedades cuya síntesis es aun incompleta. Pero es fundamental que las tres perspectivas sean capaces de integrarse en un sentimiento y una conciencia comunes. El rasgo distintivo de nuestra cultura, señalado por el antropólogo cubano Fernando Ortiz con su neologismo transculturación, es su capacidad de crear a partir de raíces culturales diferentes. En la historia moderna no hay otro caso igual. La historia moderna se caracteriza más bien por la maduración y final fructificación de sociedades multiseculares, con identidades raciales, religiosas y culturales muy perfiladas, que se sorprenden en la concurrencia a una sociedad planetaria a partir de la unificación oceánica. Las latinoamericanas son las únicas sociedades de ese período que por el contrario forjan una identidad social y cultural nueva, fruto del cruce de varias sociedades multiseculares previas. Su diversidad mestiza niega empíricamente los postulados del “choque de las civilizaciones”, 2

que es un hobbesianismo o marxismo de las culturas en vez de serlo de los individuos (Hobbes) o de las clases sociales (Marx). El recuerdo del plan de la Comunidad Hispánica o del primer Ejército Suramericano viene a cuento de que la experiencia histórica demostró que sin una política suramericana no hay escala para satisfacer razonablemente nuestros intereses ni “capacidad para seguir el movimiento político del mundo”, como sostenía Zea en 1820. Pero no habrá política suramericana que no integre las tres regiones y las tres raíces. Los europeísmos, indigenismos y afroamericanismos nos expresan, pero parcialmente. Bolívar advirtió inteligentemente al Congreso de Angostura: “Es imposible asignar con propiedad a qué familia humana pertenecemos”. Va llegando el tiempo en que seamos capaces de asumir todas nuestras raíces, para reconocernos cabalmente en nuestra propia, nueva y singular familia.

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