\"Cervantes, Ruiz de Alarcón, Shakespeare y la noche de San Juan: Pedro de Urdemalas, Las paredes oyen, A Midsummer Night’s Dream\"

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Descripción

José Manuel Pcdrosa CERVANTES, RUIZ DE ALARCÓN, SHAKESPEARE

Y LA NOCHE DE SAN JUAN:

PEDRO DE URDEMALAS, LAS PAREDES OYEN, A MIDSUMMER NIGHT'S DREAM In this papcr I aim to provc, m che first place, that che episode of Bcnica, Pascual, Pedro and thc sacristán rrom Cervantes Pedro de Urdemaias has a more profound mcaning than chat suggcstcd by thc ccrvantme literary context m whích it appears; and, also, m the second place, that culture has no frontiers, En el presente estudio intento demostrar, en primer lugar, que el episodio de Benita, Pascual, Pedro y el sacristán del Pedro de Urdemaias de Cervantes tiene un sentido mucho más profundo de lo que sugiere el contexto literario cervantino en el que se inserta y que, en segundo lugar, la cultura no conoce fronteras. UNA SUPERSTICIÓN MÁGICO-ERÓTICA RIDICULIZADA POR CERVANTES EN PEDRO DE URDEMALAS Pedro de Urdemaias es una de las comedias que Miguel de Cervantes incluyó en el volumen de las Ocho comedias y ocho entremeses, que salió a la luz en 1615, muy poco antes de su muerte, aunque debía de tenerla escrita, sin duda, desde años antes. Acaso no muchos, porque buena parte de la crítica tiende a considerarla obra de cierta relevancia v de madura redondez.

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Desde su mismo título -que nombra al picaro y astuto protagonista de un sinnúmero de cuentos cómicos que han corrido de boca en boca, durante siglos, por España, Portugal e Hispanoamérica-, la comedia proclama su inspiración en relatos y anécdotas tomados en préstamo, en parte al menos, de la tradición folclónca de su época. Y no sólo el título, el nombre y los rasgos del protagonista, sino muchos de los episodios interpolados de la comedia, incluso de los que tienen una relación sólo tangencial con el hilo argumental primario, se hallan impregnados también de cultura, de saberes, de costumbres del pueblo, hasta el punto de que, para poder entenderlos, resulta indispensable considerarlos a la luz de las tradiciones folclóncas del tiempo de Cervantes. Si no se hace así, la obra entera, y muchos de sus episodios, corren el peligro de convertirse en un confuso galimatías, poco o nada inteligible para el lector moderno, muy alejado ya de lo que fue el corpus de creencias y supersticiones de más profundo calado en el imaginario del pueblo -y también de las élites- de los Siglos de Oro. Uno de los episodios de mayor eficacia cómica de la pieza teatral cervantina describe y ridiculiza una costumbre supersticiosa, relacionada con las suertes eróticas o estrategias de adivinación de la futura pareja amorosa, que debía tener indudables predicamento y arraigo entre las mujeres de la época. Tanto como para que el muy heterogéneo público de los corrales teatrales no tuviese ninguna dificultad en identificarla, en seguir su desarrollo y, sin duda, en celebrar la burla que de ella hacía Cervantes. El propio Pedro de Urdemalas, protagonista de la comedía, describe la superstición con detalle, al tiempo que aconseja que la use en beneficio propio a su amigo Pascual, el enamorado de la hermosa -y crédula- Benita: PEDRO:

Esta noche de San Juan ya tú sabes cómo están del lugar las mozas todas esperando de sus bodas las señales que les dan. Benita, el cabello al viento, y el pie en una bacía llena de agua, y oído atento,

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ha de esperar hasta el día señal de su casamiento; sé tú primero en nombrarte en su calle, de tal arte, que claro entienda tu nombre (vv. 515-527). La parodia que Cervantes realiza de la costumbre que tenían las mozas solteras de asomarse a la ventana tan pronto surgían las estrellas de la mágica víspera de San Juan (la que comien¿a cada 23 y acaba cada 24 de junio), para escuchar atentamente el primer nombre de varón que el aire de la noche trajese, en la creencia de que tal nombre coincidiría con el de su futuro enamorado, debía despertar guiños cómplices en el público lector y espectador de la época, perfecto conocedor, sin duda, de una práctica que entonces debía ser absolutamente general. Aún más cuando, para animar la escena, irrumpía uno de aquellos grotescos sacristanes que figuraron entre los tipos más característicos de la tradición cómico-teatral del siglo XVII. Ni Pedro de Urdemalas, el joven que da el consejo, ni su interlocutor Pascual, el enamorado pretendiente de los favores de Benita, sospechaba que, espiándolos, estaba el intrigante sacristán Roque, quien de este modo tramó adelantarse a la estrategia de Pascual, con el fin de arrebatarle los favores de la muchacha: SACRISTÁN:

Por ligero que seáis vos, yo os saldré por el atajo, y buscaré sin trabajo la industria de ambos a dos (vv. 536-539).

Roque, el sacristán, se embosca, en efecto, cerca de la casa de Benita, y espera a que las primeras estrellas anuncien la llegada de la esperadísima noche de San Juan. Su propósito está perfectamente definido: pronunciar en voz alta, al alcance de los oídos de Benita, y antes de que lo haga ningún otro -para comprometer de ese modo la dirección que habrían de tomar sus amores—, el nombre de "Roque". El acecho no se prolonga demasiado, porque la moza sale enseguida a su ventana para estar pendiente de los prodigios y agüeros que se anuncian para la hora mágica de las doce y para declarar de qué modo piensa averiguar -siguiendo al pie de la letra los dictados de la común superstición- el nombre del varón que la suerte le tuviera destinado:

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BKNITA:

Tus alas, ¡oh noche!, extiende sobre cuantos te requiebran, y a su gusto justo atiende, pues dicen que te celebran hasta los moros de allende 1 . Yo, por conseguir mi intento, los cabellos doy al viento, y el pie izquierdo a una bacía llena de agua clara y fría, y el oído al aire atento. Eres noche tan sagrada, que hasta la voz que en ti suena dicen que viene preñada de alguna ventura buena a quien la escucha guardada. Haz que a mis oídos toque alguna que me provoque a esperar suerte dichosa (vv. 778-795).

El tópico de la celebración de la noche de San Juan (en realidad, de las fiestas del solsticio de verano) por parte no sólo de los cristianos, sino también de los moros, fue muy común (y encontró numerosos reflejos literarios) en la época de Cervantes y en muchas otras, desde la Edad Media hasta hoy. Recuérdese, por ejemplo, la alusión de Alonso de Castillo Solórzano, en la Comedia de La Fantasma de Valencia, en Fiestas del Jardín que contienen tres comedias, y cuatro novelas (Valencia, Silvestre Esparsa, 1634), pp. 199-314; referencia en pp. 199-200: "[Don] Juan: Bástale ser de tal santo, / que hasta ios Moros le dan / general veneración, /de quien celebradas son / las mañanas de San Juan". Sobre alusiones literarias que van desde las jarchas mozárabes hasta el romancero tradicional moderno, véase el artículo de Samuel G.Armistead y Joseph H. Silvcrman, "La Sanjuanada: ¿huellas de una harga en la tradición actual", En tomo al romancero sefardí: hispanismo y balcajiismo da la tradición judeo-cspañola (Madrid, Credos-Seminario Menéndez Pidal, 1982), pp. 13-22. Muchos más testimonios podrían añadirse. Por ejemplo, la cancioncilla portuguesa editada en M. Dias Nunes, "O S. Joao ern Serpa", A tradifáo: Revista Mensual d'Ethnographia portugueza, ¿Ilustrada (Serpa, Cámara Municipal, reed. facs., 1997), pp. 90-93; cita en p. 93: "Festa que fazem os moiros / cm noite de san Joáo! / Quando os moiros o festejam, / que fará que é chnstáo!".

CERVANTES, Rui?, DE AI.ARCÓN, SHAKESPEARE

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Apenas pronunciadas estas inflamadas palabras, Entra el SACRISTÁN, con la pretensión de que la incauta joven escuche no una, sino varias veces -para que no quede lugar a dudas-, y antes que ningún otro, el nombre de "Roque". El enredo que empieza a fraguarse es monumental: SACRISTÁN:

Prenderá a la dama hermosa, sin alguna duda, el Roque; Roque ha de ser el que prenda en este juego a la dama, puesto que ella se defienda; que a su ventura le llama a gozar tan rica prenda.

BENITA:

Roque dicen, Roque oí. Pues no hay otro Roque aquí que el necio de! sacristán. Veamos si nombrarán Roque oirá vez.

SACRISTÁN:

Será así, porque es el Roque tal pieza, que no hay dama que se esquive de cntregallc su belleza; y, aunque en estrecheza vive, es muy rico en su estrecheza (w. 796-812).

Como las sombras de la noche se ciernen sobre la escena y dificultan la visión, la temeraria dama -pese a las sospechas que ha empezado a albergar en torno al nombre de "Roque"- decide dar al sujeto, cuyo nombre acababa de escuchar un testigo comprometedor -en concreto, una cinta, tradicional prenda de amor-, para hacer posible su identificación a la llegada del día. Justo en esc momento irrumpe el enamorado -e indignadoPascual en la escena: BENITA:

¡Ce!, gentilhombre, tomad este listón y mostrad quien sois mañana con él.

SACRISTÁN:

Scrcos en todo fiel, extremo de la beldad;

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(Estándole dando un listón BENITA al SACRISTÁN, entra PASCUAL, y ásele del cuello y quítale la cinta) que cualquiera que seáis de las dos que en esta casa vivís, sé os aventajáis a Venus (vv. 813-821). El recién llegado Pascual percibe enseguida que el ridículo sacristán se le ha querido adelantar en la conquista de los favores de Benita, usando astutamente a su favor el crédito que la moza -como las demás jóvenes de la época- daba a la superstición sanjuanera: PASCUAL: ¿Que aquesto pasa? ¿Que esta cuenta de vos dais? Benita, ¿que a un sacristán, vuestros despojos se dan? Grave fuera aquesta culpa, si no tuviera disculpa en ser noche de San Juan. Vos, bachiller graduado en letras de canto llano, ¿de quién mistes avisado para ganar por la mano el juego mal comenzado? (w. 822-832). La defensa del cínico Roque, el sacristán, se escuda en el arraigo que entre las "doncellas de liviana fantasía" tenía la "vana hechicería" de tomar como "indicio claro" del nombre del futuro esposo "el primer nombre" que llegara a sus oídos "la noche antes del día de San Juan". El sacristán y, detrás de él, el propio Cervantes, el autor que mueve sus hilos y los de toda la comedia, cuestionan, vituperan, ridiculizan con epítetos y chanzas absolutamente inequívocos el crédito que (no) debía darse a esta especie de supersticiones: SACRISTÁN:

Hoy a los dos os oí lo que había de hacer allí Benita, en cabello puesta, y, por gozar de la fiesta, vine, señores, aquí.

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PASCUAL: SACRISTÁN:

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Nómbreme, y ella acudió al reclamo, como quien, del primer nombre que oyó, de su gusto y de su bien indicio claro tomó; que la vana hechicería que la noche antes del día de San Juan usan doncellas, hace que se muestren ellas de liviana fantasía. ¿Para qué te dio esta cinta? Para que me la pusiese, y conocer por su pinta quién yo era, cuando fuese ya la luz clara y distinta (vv. 853-872).

Los dictados de la tradición son ley para la ingenua Benita. Hasta el extremo de que, por más repugnancia que sienta hacia el grotesco sacristán, la moza no renuncia a su determinación de cumplirlos hasta las últimas consecuencias. El avispado Pedro de Urdemalas, amigo del enamorado Pascual, se ve, por eso, en el brete de recurrir a una astuta argucia -la de traer a colación el sacramento de la confirmación, que permite cambiar el nombre impuesto en el bautismopara lograr que el favor de la joven abandone al ridículo sacristán y se vuelva hacia el apasionado Pascual: BENITA: porque no ha de ser mi esposo quien no se llamare Roque. PEDRO:

Tú tienes mucha razón; pero el remedio está llano con toda satisfacción, porque nos le da en la mano la santa confirmación. Puede Pascual confirmarse, y puede el nombre mudarse de Pascual en Roque, y luego, con su gusto y tu sosiego, puede contigo casarse.

BENITA:

Dcse modo, yo lo aceto (w. 926-938).

So

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LA MISMA SUPERSTICIÓN SANJUANERA, RIDICULIZADA POR JUAN

Ruiz DE ALARCÓN EN LAS PAREDES OYEN Dentro del complicadísimo enredo argumenta! que despliega Las paredes oyen, una de las obras más logradas del dramaturgo Juan Ruiz de Alarcón, se engarza un episodio que vuelve a aludir y a poner en ridículo la misma clase de superstición que había despertado las burlas del Cervantes de Pedro de Urdemalas. No es el momento de hacer ahora -habría de ser inevitablemente prolijauna síntesis argumenta! de la comedia, pero sí podemos señalar que la escena 18 del primer acto presenta a la joven y hermosa doña Ana -viuda desde hacía tres años- escapándose de su retiro en Alcalá de Henares para disfrutar, de incógnito, de las delicias de la noche de San Juan en Madrid. Enredada desde hacía algún tiempo en un muy incipiente y sutil juego de requiebros amorosos con el apuesto y galante don Mendo, doña Ana se asoma a la ventana en compañía de Celia, su criada y confidente, que no deja de incitarla a que vuelva a enamorarse y a que escuche atentamente el nombre del primer varón que a partir de las doce traiga consigo el aire de la noche, porque -tal y como imponía la común superstición- habría de coincidir con el de quien el destino querría darle por "segundo esposo": Ya que tu luto funesto te impide ei salir de casa hoy, que los límites pasa el estado más honesto, y estar quieres encerrada noche que el uso permite que los altares visite la doncella más honrada. Con quien pasa, tus enojos divierte, señora mía, y niegue esta celosía lo que conceden tus ojos. Las doce han dado, señora,

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oye del segundo esposo el pronóstico dichoso. La ingenua Doña Ana no puede reprimir entonces el nombre que le gustaría escuchar: DOÑA ANA: A don Mendo el alma adora. Pero la fatalidad hace que sea el mismísimo don Mendo quien, al pasar frente a las celosías de la oculta dama hablando animadamente con otros hombres -incluido Don Juan de Mendoza, por quien doña Ana siente profunda aversión-, pronuncia no su propio nombre, sino el nombre que menos desea escuchar la joven viuda. A partir de ese momento se produce un animado tira y afloja entre doña Ana -que prefiere amar a don Mendo, haciendo una interpretación no demasiado ortodoxa de la superstición- y Celia, que pretende que la joven favorezca -de acuerdo con e! veredicto, tomado al pie de la letra, de la común creencia- las pretensiones amorosas de donjuán: DON MENDO: Don Juan de Mendoza. DOÑA ANA:

¡Ay, Dios! ¿don Mendo no es el que habló?

CELIA:

Sí, mas a donjuán nombró.

DOÑA ANA:

¿Quién duda de que de los dos es don Mendo de Guzmán pronóstico para mí, pues antes su vo'¿ oí que no el nombre de don Juan?

CELIA:

Mas, ¿qué fuera, que ordenara el destino soberano, que tu blanca hermosa mano para donjuán se guardara?

DOÑA ANA:

Calla, necia, ¿quién pensó un notable desatino? ¿Qué importara que el destino quiera, si no quiero yo? Del ciclo es la inclinación, el sí o el no, todo es mío,

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que el hado en el albcdrío no tiene jurisdicción. ¿Cómo puedo yo querer hombre cuya cara y talle me enfada sólo en mirallc. CKLIA:

El amor lo puede hacer.

DOÑA ANA:

Sólo quitará el morirme, Celia, a don Mendo mi mano, que está el plazo muy cercano, y mi voluntad muy firme (vv. 9Of>-949) 2 .

La situación -y la pugna amorosa entre don Mendo y don Juan- no harán más que complicarse a partir de ese crucial momento. Uno de los hombres que acompañan a don Mendo -además del aborrecido donjuán de Mendoza- es el Duque, que expresa sus deseos de contemplar a la joven viuda de la que tanto ha oído hablar. Don Mendo, temeroso de que la visión de la hermosa dama despierte la pasión amorosa del noble -quien podría entonces convertirse en temible rival amoroso-, se atreve a realizar varios comentarios escasamente elogiosos acerca de la mujer -a la que cree muy lejos, en Alcalá-, que excitan la cólera de ésta, escondida detrás de sus celosías. Muchos más enredos habrán de tejerse y destejerse antes de que, al final de la comedia, doña Ana y don Mendo puedan unirse por fin felizmente... aunque ello obligase a una interpretación un poco sesgada del veredicto de la superstición sanjuanera. MATEO ALEMÁN, Loi'E DE VEGA, GONZALO CORREAS, IGNACIO DE LA ERBADA La curiosa superstición relativa a la noche de San Juan que con mano maestra -y con intención indisimuladamcnte paródícacngarzaron Cervantes y Ruiz de Alarcón dentro del tejido argumental de Pedro de Urdemalas y de Las paredes oyen encontró 2

Las paredes oyen. La verdad sospechosa, Joan Oleza y Teresa Fcrrer, cds., Barcelona, Planeta, 1986, pp. 29-30.

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reflejos -aunque no tan desarrollados ni, seguramente, tan logrados- en otros escritores y escritos de aquella época, y de algunas más. Don Julio Caro Baroja, con su característica sabiduría, reunió una cierta cantidad de textos áureos -aparte de los de Cervantes y Ruiz de Alarcón, llamó la atención sobre otros de Alemán, Correas, Lope- que reflejan ese tipo de prácticas). En el Guzmán de Alfarachc (II, 3, 3) de Mateo Alemán, por ejemplo, se aludía a ellas en términos de agria reprobación: Respóndame, por vida de sus ojos, si ayer no dejó ermita ni santuario que no anduvo; si desde que tiene uso de razón [...] no llegó noche de San Juan, que sin dormir [...] estuvo haciendo la oración que sabe y vahcrale más que no la supiera, pues tal ella es y tan reprobada, y sin hablar palabra -que diz que también esto es otra esencia de aquella oración- estuvo esperando el primero que pasase de media noche abajo, para que conforme lo que oyese decir, sacase dello lo que para su casamiento le había de suceder, haciendo en ello confianza y dándole crédito como si fuera un artículo de fe, siendo todo embeleco de viejas hechiceras y locas, faltas de juicio 4 . Otros escritores contemporáneos de Cervantes, como el gran Lope de Vega, en La Dorotea (II, 6), aludieron repetidamente a las supersticiones amorosas relacionadas con la noche de San Juan, aunque de manera mucho menos detallada y explícita de lo que habían hecho Cervantes, Ruiz de Alarcón y Alemán. Seguramente porque el público de su época no debía tener ninguna dificultad en descifrar los dobles sentidos ni las palabras a medias que aludían a lo que debía ser una tradición perfectamente familiar para todos: Y la noche de San Juan vi grandes cosas en un orinal de vidrio. Y a fe que quien pasó a tales horas, que no venía a burlar. Toribio dijo: "Montañés será tu marido"*.

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Julio Caro Baroja, La estación del amor: fiestas populares dü mayo a. San Juan, Madrid, Taurus, rced., 1983, pp- 2 5 1 - 2 5 5 .

4 Francisco Rico, ed., Madrid, Planeta, 1987, p. 782. 5 lidwin S. Morby, cd., Madrid, Castalia, 1980, p. 203.

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Otra obra de Lope, La noche de San Juan (III, 5), incluye el siguiente revelador parlamento de Alonso a una joven: Oh tú, doncellidama, si sales a saber cómo se llama el que ha de ser tu esposo y la oración has dicho al glorioso Baptisia, santo de profeta palma, sábete que ha de ser Juan de buen alma y que por lo agarrado primero que Mendoza será Hurtado! (vv. 2592-2599)''. En la escena II de la Adversa fortuna de don Bernardo de Cabrera,-, también de Lope de Vega, la vieja Dorotea hablaba en estos términos, a propósito de las supersticiones de la noche de San Juan, a la joven doña Leonor: No son cincuenta mis años, que a celos y desengaños me tiene vieja el amor. Muchos maridos me dan y aunque todos buenos son, quise hacer devoción de la noche de San Juan. Éstos que habernos trazado en mi niñez se decía, y del nombre que se oía venía ser el desposado. En la escena III de la misma obra vuelve a haber una alusión burlesca a la misma superstición: Callen, oigan, atención. Haciendo pienso que están la devoción de San Juan (ésas). Démosles picón/.

6

Anita K. Stoll, ed-, Kassel, Rcichcnberger, 1988, p. 135.

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Obras, III, Emilio Cotarclo y Morí, cd., Madrid, Real Academia Española, 1917, pp. 62 y 63.

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En otra obra de Lope, La boba para todos, y discreta para sil, la joven Diana dice: Cuando noche de San Juan esperáis con tal silencio lo que dicen los que pasan, ¿es por San Juan, o por ellos? 8 . También Gonzalo Correas, en su Vocabulario de refranes y frases proverbiales, hizo un sugestivo comentario -satírico, una vez más- al refrán ''Noche toledana, al fin toledano": Es la escucha que hacían mozas necias, noche de San Juan, de la palabra primera que oían, dadas las doce, en la calle, pensando que con el que se nombrase se había de casar. De allí salió decir «noche toledana» por: noche mala, por el desvelo que pasaban9. Ya en el siglo XVIII, don Ignacio de la Erbada, en su extravagante tratado acerca de Los fantasmas de Madrid (1761-1763), volvía a imprecar contra esta especie de supersticiones y aprovechaba para documentar, de paso, alguno de sus antecedentes clásicos: Pues vean ahora cómo si en lo antiguo acaeció esto, en lo moderno no es menos. No dejarán de haber oído algunos, y muchos lo habrán oído en los confesionarios, aquella supersticiosa observancia que usaron las señoritas jóvenes aún en nuestros tiempos, y no sé si aún ahora lo ejecutan. Fuera que de esto ya se ha desterrado mucho o todo. En la noche de San [uan se ponían a las ventanas, y perseverando en ellas sin conocer por dañoso entonces el sereno, aguardaban a que pasasen algunas personas por las calles. Y escuchando con mucha atención aquellas primeras palabras que hablaban, hacían agüero de la buena o mala suerte de sus bodas. Mucho ha dado que disparatar a los simples la noche de San Juan. Éste es un vestigio de la gentilidad, aunque de su ridicu-

Ohras, XI, Madrid, Real Academia Española, 1930, p. 482, Louis Combct, ed., revisada por Roben Jammes y Maric Thcrcse Mir Andrcu, Madrid, Castalia, 2000, p. 595.

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le?, les ha dado mil desengaños la experiencia. Una vez sola encuentro que hiciese efecto próspero esta superstición. Pero advierto que más lo causó el acaso que la virtud del agüero, si atendemos a lo que nos dice Valerio Máximo de la mujer de Mételo, llamada Cecilia. Ésta acompañó toda una noche a una damisela joven que deseaba con ansias fuertes el casarse. Pusiéronse a una ventana a oír los que transitaban por la calle, por si alguno la pronosticaba el anuncio feliz de su casamiento. Mas cansada de esperar y coger rocío aquella tonta madama, pues en tanto tiempo no oyó cosa que la cuadrase, suplicó a su compañera que trocasen de lugar por ver si estaba en eso el no cumplirse la falsa fe de su agüero. Ccdiósele Cecilia con mucho gusto. Y aquella noble urbanidad lo interpretó la doncella por anuncio feliz de su fortuna; porque habiendo muerto poco después Cecilia, se casó Mételo con ella. Casual fue el suceso, el cual no puede hacer ejemplar para dar crédito a semejantes necedades. Porque el que cediese Cecilia el asiento, ¿que conexión o influencia podía tener para mover el ánimo y la voluntad de Mételo a contraer segundas nupcias con aquella necia? 10 . En la misma obra de Erbada se describía otra superstición que no conviene dejar de lado ahora, pues no deja de mostrar cierto aire de familia en relación con la que nos está ocupando: El salir de casa por la mañana y encontrarse con un cojo o manco, era señal que en aquel día no andaría bien la rueda de la fortuna, y si la primera persona que se encontraba era tuerta, pensaban que ninguna cosa podría aquel día suceder a derechas 11 . EL TESTIMONIO DE VALERIO MÁXIMO HN EL SIGLO I D.C.

Tal y como indicaba la cita de Ignacio de la Erbada, el escritor latino Valerio Máximo recogió, en sus Hechos y dichos memorables (en el Libro I, 5, 4, concretamente) compuestos en tiempos del emperador Tiberio, allá por el siglo I de la era cristiana -y muchas 10 SILJO la edición de Erbada, Los fantasmas de Madrid T estafermos de la corte, Madrid, Imprenta de Ayguals de Izco Hermanos, 1852, p. 325. 11 Erbada, Los fantasmas de Madrid-, p. 324.

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veces copiados, traducidos y glosados en toda Europa hasta el siglo XVIII por lo menos- una anécdota que, por muy breve que sea, constituye una prueba irrefutable de la antigüedad y de la internacionalidad de las prácticas supersticiosas que estamos analizando: Por su parte Cecilia, la esposa de Mételo, al tratar de ver para la hija de su hermana, aún virgen y ya en edad de casarse, algún presagio nupcial, lo halló en sí misma, durante la noche, según la costumbre: como pasara largo tiempo sentada en un pequeño santuario esperando el prodigio y no oyera voz alguna relacionada con su propósito, cansada de tanto esperar, la joven pidió a su tía que le cediese el sitio un rato para sentarse. Ella le respondió: "Te cedo gustosa mi sitio". Esta respuesta, fruto del cariño, terminó confirmando ct presagio, porque Mételo, poco después de morir su esposa Cecilia, se casó con la joven de la que hablo 12 . LA TRADICIÓN FOLCI.ÓRICA MODERNA DE ESPAÑA, HISPANOAMÉRICA Y PORTUGAL Las versiones de la superstición vulgar descrita -y ridiculizadapor Cervantes, Ruiz de Alarcón, Mateo Alemán y algunos otros son unas cuantas, algunas más, dentro de las potencialmente casi infinitas que podría acoger la muy heterogénea constelación de versiones de prácticas erótico-adivinatorias que han quedado registradas en lugares y en épocas muy diversos -desde la Roma de Valerio Máximo-, con elementos en parte coincidentcs, en parte divergc'ntes, y siempre sometidos a los cambios y a las transformaciones propios de la cultura que se transmite de viva voz y a partir de la experiencia del pueblo. Muchas más versiones, a un tiempo parecidas y a un tiempo diferentes -ninguna idéntica a cualquier otra, desde luego-, habrían de ser reunidas para que pudiésemos entender cabalmente el marco ideológico y ritual de la superstición ridiculizada por Cervantes o Ruiz de Alarcón en sus comedias (o por Alemán, Lope, Correas o Erbada en sus respectivas obras). 12 Valerio Máximo, ¡-lechos y dichos memorables vol. I, S. López Moreda, Ma. L. Harto Trujillo y J. Villalba Alvarcz, cds., Credos, Madrid, 2003, p.

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Aunque ni nosotros ni nadie esté en disposición de dibujar un atlas general ni exhaustivo que dé cuenta de toda la geografía tradicional ni de la presumiblemente complejísima evolución histórica de tal superstición, sí podemos allegar unas cuantas versiones más que nos permitan, al menos, disponer de una mínima base comparativa desde la que interpretar los textos áureos, empezando por el cervantino. Comencemos a asomarnos a algunos ejemplos bien reveladores: entre las Supersticiones populares andaluzas que el gran folclorista Alejandro Guichoty Sierra publicó en 1884, hay vanas que podemos identificar como panes de tal familia, como eslabones de esa cadena, como piezas a veces irregulares, en ocasiones excéntricas, pero al final siempre complementarias, de una estructura credencial y ritual que justamente en la variación se encuentra consigo misma y halla una de las claves de su identidad. Los motivos -presentes todos en la versión atestiguada por Cervantes- de la noche de San Juan, de las suertes amorosas, de la moza deseosa de casarse, del primer varón que ha de pasar por allí, de su nombre pronunciado en voz alta y ansiosamente escuchado por la mujer, del recipiente con agua, del pie que pisa el líquido -aunque en alguno de los documentos que vamos a conocer no sea ia mujer quien lo ha de pisar, sino el hombre que pasa por ia calle^- asoman en algunas de ellas, en órdenes y conciertos diferentes, y en mezclas extravagantes con otros tópicos jamás idénticos a sí mismos, pero sí más o menos próximos:

El rito de pisar o de tocar agua (de algún recipiente, de alguna corriente fluvial, del mar, del rocío nocturno) la noche de San Juan ha sido a b s o l u t a m e n t e común en muchos lugares, ba¡o manifestaciones como la de poner los pies dentro de una palangana de agua; echar un huevo o plomo derretido dentro de un vaso de agua con e! fin de interpretar agüeros a partir de las figuras que aparecen; salir desnudos, al punto del alba, a revolcarse en el rocío de los campos -o hacer que se revolcase el ganado en el rocío-; acudir a mojar las manos o el pelo en la fuente; recoger v conservar agua de aquella noche, en la creencia de que estaba bendita; acudir a la playa a recibir el impacto de las olas -pensando que ello hacía fecundas a las mujeres-, etc. Un sólo y revelador testimonio etnográfico: "El primer cometido a c u m p l i r en la semana de San Juan es el andar dcscal/.o en e! rocío" [J. Garmendia Larrañaga, Solsticio de verano (I): Fiestas de San Juan Bautista, San Sebastián, Krisclu, 1987, p. 130].

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La víspera del día de San Juan, a las doce de la noche, tendrán cuidado las muchachas de arrojar, del balcón a la calle, cubos llenos de agua; y si preguntan respectivamente el nombre al primer varón que pise el agua, sabrá que su futuro esposo se llamará como el preguntado. Refiérenme, sin asegurarlo, que en algunos pueblos de esta provincia, como el Viso del Alcor, es costumbre llevar a cabo, a las doce del día de la víspera de San Juan, la siguiente broma: prcpáransc las muchachas en las puertas y ventanas, con cubos llenos de agua; al dar las doce tiran el agua a la calle, agua que puede caer sobre una persona o animal que transite en aquel momento; cada muchacha fíjase respectivamente sobre a quién ha caído su agua, pues será el esposo que le está destinado. Excusado es hacer constar la diversión y algazara que sucede, si ha recibido algún burro el baño inesperado. Según sean las condiciones de la primera persona que veamos al salir a la calle, el primer día de Año Nuevo, así será nuestra suerte durante el. A las doce de la noche de la víspera de San Juan la joven que desee averiguar quién será su novio pondrá al sereno un lebrillo de agua clara, mirará dentro y verá el rostro de su futuro novio. Para averiguar una doncella si se casará o no con su novio, a las doce del día de la víspera de San Juan, arrojará hacia arriba una babucha por tres veces; si en la última cae boca-arriba contraerá matrimonio; si lo contrario, no se casará. Para averiguar una muchacha si su novio se casará o no con ella, hará lo siguiente: la víspera del día de San Juan, a las doce de la noche, formará una bolita de migajón de pan y pondrá dentro de ella un grano de trigo o de arroz, partirá la bolita en otras tres más pequeñas, procurando ignorar en cuál de ellas ha quedado el grano, y colocará una bajo la almohada, otra en el brocal del pozo, y la tercera en la puerta de la calle, A la mañana siguiente partirá las tres bolitas y verá en cuál se encuentra el grano; si lo tiene la que ha estado bajo la almohada, el novio se casará con ella, si es la del pozo el novio está entre dos aguas {frase que significa indeciso) y si es la de la puerta, el novio no se casará con la muchacha 1 '*. 14 Alejandro Guichot y Sierra, Supersticiones populares andaluzas, Salvador Rodríguez Becerra, ed., Sevilla, Editoriales Andaluzas Unidas, 1986, núms. 147, 11 j, 146, 144 y 145.

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Hasta el siglo XX han llegado ecos, testimonios y registros de creencias y supersticiones pertenecientes a esta misma constelación ideológica y ritual. Ramón Gómez de la Serna, en su Elucidario de Madrid (1931), hacía esta rápida alusión: Como en las antiguas verbenas de San Juan, debía haber el lebrillo de agua renovado en que cada moza veía al que había de ser dueño de su corazón, o las casadas estériles tomábanse unos granos de ruda al cantar el gallo para ser madres en el año1 5. Sumamente interesantes son las informaciones que sobre la práctica de estos ritos han sido recogidas en tierras de La Mancha, tan apegadas, por cierto, a la biografía de Cervantes: Practícase en La Mancha la general [costumbre] de poner las muchachas papeütos con los nombres de los jóvenes que desearían por novios, meterlos debajo de la almohada la víspera de San Juan y, al despertar, sacar uno. Y el nombre que en él esté escrito será el de su futuro novio. En el partido albaceteño de Alcaraz, las muchachas, al levantarse el día de San Juan, salen a ia puerta de la calle para saludar al primer transeúnte, y la inicial de su nombre será la misma que la de su futuro novio. Cuando una chica tiene varios pretendientes y no sabe por cuál decidirse, la víspera de San Juan sale al campo, coge tantas flores de cardo como pretendientes tiene, las marca con las iniciales de sus nombres, las pone debajo de un cántaro, y a la mañana siguiente, la que con la humedad ha empezado a florecer, es la que representa el mejor partido. En algunas localidades, como Argamasilla de Alba, persiste la costumbre de echar los estrechos, reuniéndose en la Noche Vieja grupos de jóvenes y escribiendo en papehtos los nombres de los presentes; hacen dos montones, casa uno saca un papel del sexo contrario, y el nombre que aparezca será el de su pareja, que, naturalmente, no ha de durar más que aquella velada, aunque hay ocasiones en que el joven se fija en la muchacha que le deparó la suerte. Las propias bodas dan lugar a elección de novias. Para averiguar cuál será el novio, en el pueblo de Bogarra, en el límite de 15 Ramón Gómez de la Serna, Elucidario de Madrid, Madrid, Comunidad de Madrid, 1988, p. 213.

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La Mancha albaccceña, a las muchachas solteras que van a la boda les dan una peladilla; al acostarse la ponen debajo de la almohada y duermen con la ilusión de soñar con aquel que sera su marido. Es curiosa y muy extendida, ya que la tenemos anotada en Extremadura, la creencia de que la muchacha que en el momento en que los novios están casándose, al darse la mano, toca los calcetines del novio, se casa en el año con uno de los asistentes a la boda1*". En pueblos de las provincias de Granada, Huelva, Salamanca, Madrid y Lleida han sido registrados testimonios que, pese a la mezcla con tópicos y a la deriva por derroteros en ocasiones pintorescamente excéntricos, no dejan de mostrar un reconocible aire de familia en relación con los que ya hemos ido conociendo: Donde mayor abundamiento de discursos hubo fue en la manera de asomarse al tiempo las mujeres para ver a su futuro novio. Dijeron que soñarían con él si contaban diez estrellas durante diez días consecutivos, inmediatamente anteriores a la noche de San Juan. Y si ponían una flor blanca de trébol debajo de la almohada, y prestaban atención al despertar, el primer nombre de varón que oyeran sería el de su marido1'7. La noche de San Juan se cogían tres cardos borriqueros que se turraban un poco y se ponían en agua. Cada uno llevaba el nombre de un hombre que a la mujer le gustara. Y entonces, uno de aquellos florecía, o los tres, y por eso se sacaba quién quería a la muchacha. Si eran los tres, pues los tres iban detrás de una y se podía escoger. Lo malo era cuando no florecía ninguno' 8 . Prácticas bastante generalizadas, relativas a las tradicionales vísperas y mañanitas de San Juan: si una joven soltera, víspera de San Juan, se acuesta con una moneda de dos céntimos bajo la 16 Nieves de Hoyos Sancho, "Costumbres referentes al noviazgo y la boda en La Mancha", Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, 4 (1948), pp. 454-469; cita en pp. 45í'4í6. 17 Antonio Díaz Lafuente, Duendes y leyendas de Granada, Málaga, Arguval, 1993, p. 21. 18 Manuel Garrido Palacios, "La medicina popular en las voces de Fuentchcridos", Revista de Folklore, 217 (1999), núm. roo, pp. 27-33,

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almohada y a la mañana siguiente se la da de limosna al primer pobre que encuentre y le pregunta su nombre, este nombre será el mismo del novio que la buenaventura le deparará dentro del año1?. Si quieres conseguir al chico o a la chica que te gusta, la noche de San Juan a la medianoche, tienes que quemar con una vela un trozo de papel en el que hayas escrito el nombre del chico o de la chica. Inmediatamente haces lo mismo con otro trozo de papel en el que hayas escrito tu nombre. Las cenizas de ambos, debes guardarlas en un sobre y atarlo con un lazo. Si llegases a salir con la persona deseada, deberás quemar el sobre con las cenizas dentro. Si no, deberás guardarlo hasta que se cumpla 20 . Las chicas solieras en edad de casarse llenaban un plato de agua y lo sacaban a la terraza antes de que saliese el so! del día de San Juan, y entonces tiraban dentro unas bolas de papel donde habían escrito el nombre de diferentes jóvenes que les gustaban, un papel por nombre. El papel que se abría primero aí contacto con el agua, el nombre que contenía escrito sería el que se convertiría en su prometido 27 . Muy interesantes son también los testimonios del pueblo de Rociana (Huelva) recuperados por Julio Caro Baroja: El rito adivinatorio de arrojar un cubo de agua por la ventana y preguntar el nombre al primero que pasa, para saber el nombre del novio, se lleva a cabo en Andalucía aún hoy, según he podido comprobar. Con respecto a Rociana (Huelva) me lo describió el 30 de noviembre de 1949 doña María del Robledo Marqués [...]. El año 1950, con motivo de la fiesta de la Cruz de mayo, estuve unos días en el pueblo del Alosno, provincia de Huelva, y allí conocí a una señora mayor, que era como el depósito de todas 19 Luis Maldonado Ocampo, "Para encontrar novio", Hoja Folklórica, 14 (7-11-1951), p. i. 20 Versión comunicada en Cosiada (Madrid) por una muchacha de 15 años de edad, en abril de 1998. 21 Joan Bellmunt, Tradiciones de la Alta Ri!?agor$a y del valle del Boí, Llcida, Milenio, 2001, p. 296.

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las tradiciones de la comarca: doña Margarita Bowie, viuda de Lisardo. Esta anciana de extraordinaria personalidad me indicó que el día, o mejor dicho, la víspera de San Juan a medianoche, se llevaban a cabo allí adivinaciones de todas estas suertes: 1) Con plomo derretido y echado sobre agua. 2) Poniendo sobre un vaso dos palitos en cruz-, sobre los que se casca un huevo y contando los grumos filamentosos que quedan colgando: para saber cuántos hijos se van a tener. 3) Quemando una alcachofa que se abre a la madrugada: para predecir la buena suerte y saber la buena o mala armonía en los matrimonios. 4} Arrollando papeles con varios nombres y echándolos en un vaso de agua se adivina el nombre del novio cogiendo el que flota. 5) Arrojando agua a la calle cuando pasa un mozo, que dice un nombre, se averigua también el nombre del novio 22 . Al mismo Caro Baroja se debe la exhumación de un viejo artículo costumbrista de Antonio Neira de Mosquera que pinta con romántico pintoresquismo algunos de los ritos campesinos de la noche de San Juan: Por un lado encontraba quince o veinte caballeros en un zaguán, donde una mujer era el cicerone de un altarcito adornado con mal gusto, y en la habitación contigua algunos galanes y doncellas pasaban la noche entre punteados y danzas, rematadas por vasos de sorbete de limón y guindas repartidos con largueza. Allí tres o cuatro jóvenes de ojos negros y cabellos ensortijados, rezaban por lo bajo alguna oración para escuchar, ¡ay!f esa delicada voz, sueño y esperanza de toda mujer, tal vez la voz de sus galanes ocultos detrás de una reja, que les revelaban el día en que recibirían la bendición del matrimonio. Aquí otras hijas del amor sacaban agua de un pozo a las doce en punto de la noche -un minuto de más o de menos imposibilitaría esta prueba-, para ver en ella al que un día había de ser dueño de su corazón. Ya se ponían al sereno hojas de alcachofas, de cardo o de /avila para que floreciesen antes de la madrugada; ya los hombres más resueltos se sobresaltaban si distinguían al salir de su casa a un perro negro, o si 21 La estación del amor, p.

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JOSÉ MANUEL PLDROSA al dar limosna a un pobre o cambiar una moneda venía al sucio de cara o cruz. Se sembraba el helécho para que reverdeciese a las pocas horas, o rebuscaban los granos de la ruda para ser madres las que los comían al cantar el gallo 2 ^.

Las informaciones que tenemos relativas al cultivo -las noches de San Antonio, de San Juan o de San Pedro- de estas prácticas en las islas Canarias son de lo más significativo. Sumamente original e interesante es, sobre todo, la canción-conjuro con que se suele acompañar el rito. ¿Similar o relacionada con «la oración» sanjuanera mencionada -aunque por desgracia no transcrita- por Mateo Alemán o por Lope de Vega?: Esta costumbre ingenua no es sólo privativa del día de San Juan, sino que también se hace las de San Antonio y San Pedro. Ello se lleva a efecto al toque de oración. Consiste en colocar en agua, dentro de una vasija, situada en lugar poco visto y seguro, varios papehtos escritos con los nombres y apellidos de los pretendientes; estos papeles han de estar bien doblados. El colocar la vasija en lugar poco visto es para evitar que nadie pueda alterar la suerte de cada cual. La operación tiene lugar en el momento en que arden las hogueras y se queman las tracas y cohetes voladores. Cuantas han realizado esta práctica candorosa acuden presurosas, sigilosamente, en la mañana de San Antonio, San Juan o San Pedro, a ver su depósito de agua para conocer cuál de los papeles ha aparecido abierto o desdoblado. El que así resultare llevará el nombre y apellido del prometido o prometida. Este hecho se festeja entre amiguitos y amiguitas, dando origen en más de una ocasión a que una simple práctica ingenua sirva para «arreglarse» o «entenderse» dos corazones más o menos distantes. No siempre los papclitos se abren; muchas de las veces «se ahogan», como dice el vulgo. Al colocarse estos papeles en agua, en la víspera de San Juan, se canta esta canción:

23 La estación del amor, pp. 258-259. Su fuente es Antonio Neira de Mosquera, "La noche de San Juan", El mundo pintoresco, III, 6 (5 de febrero de 1860), pp. 47-48.

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San Juan, San Juan santo, Santo sin haber nacido, de mi Dios buen consejero, por alférez escogido: por estos papeles te pido que me traigas a mis ojos o a mis oídos el nombre de mi esposo o marido; si es de cerca, que lo vea pasar, y si es de lejos, que lo oiga llamar.

Por las circunstancias que se citan en las últimas estrofas de la precedente canción popular se justifica el que las interesadas en estas practicas estén atentas en la mañana de San Juan a oír el primer nombre que se oiga llamar o el del primero que se vea pasar. El que así resulte, ése será el nombre del esposo o de la esposa21*. En Hispanoamérica han prendido también prácticas parecidas. En la provincia de Formosa (Argentina), por ejemplo, han sido documentadas de este modo: También en Tinogasta se realizan pruebas para conocer la suerte de cada uno con respecto al matrimonio. Entre éstas encontramos la de salir a la puerta la mañana de San Juan: el primer joven que aparece por la vereda, ése será el futuro marido. Las pruebas que más abundan son las que se refieren al matrimonio, porque, como dijo una de mis informantes, "hay pocos que quieren saber si van a morir durante el año». Las pruebas aludidas indican tanto la posibilidad de casamiento como la condición del cónyuge, la letra con que empieza su nombre, a veces, el nombre entero, la fecha del posible casamiento, etc. Son innumerables. Entre las pruebas relacionadas con el sueño, la más importante es la que consiste en colocar dos o tres hojas de laurel debajo de la almohada, la noche del 23. Lo que se sueña esa noche, tiene un significado especial. P. cj., si una mujer sueña con un determina24 Sebastián Jiménez Sánchez, "F,l mes de San Juan y sus fiestas populares", Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, 10 (1954), pp. 176-189; cita en pp. 186-187.

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do hombre, ése será su marido, o si sueña con un nombre, ése será el de su futuro esposo, etc. El sueño de esa noche es premonitorio. A la mañana temprano, sin hablar, hay que lavarse la cara, y el agua de la palangana usada se tira en la vereda; a la primera persona que pase sobre el agua caída hay que preguntarle el nombre, y ése será el del marido o mujer del que realiza la prueba. Esta prueba tiene muchas vanantes2 í. También en Venezuela han sido registrados creencias y ritos de la misma familia: En el día de San Juan solamente, la muchacha que quiere saber cómo será su esposo, se levanta a ¡as doce de la noche; se mira en un espejo, y allí verá el rostro de su futuro. Algunas, dicen, han visto la muerte (Puerto Cumarebo, Faícón, etc.). Es general en el estado Falcón la costumbre de botar a la calle un pequeño ramo de flores, vigilando a fin de ver en qué manos cae. Se informan luego cómo se llama quien lo recogió: su futuro marido tendrá un nombre cuya inicial será la misma del primero, a diferencia de Puerto Rico, en que es un zapato lo que se deja caer, pendiendo de una cuerda [...] En Argentina, «si lo primero que ve una mujer al salir de su casa en dicho día [de San Juan] es un hombre, se va a casar; y viceversa, para el hombre 26 . La siguiente información muestra el arraigo de estas prácticas en ía tradición folclórica de Puerto Rico: También estaba la suerte de los papelitos. Se ponían tres papelitos doblados. En cado uno estaba escrito el nombre de un muchacho con el que la muchacha se quisiera casar. Los echaban al agua la noche de San Juan, al punto de las doce. Y el papelito que antes se abriese permitía saber el nombre del

25 Silvia P. García, "La fiesta de San Juan en la provincia de Formosa", Cuadernos del Instituto Nacional de Antropología., 8 (1972-1978), pp. 125-148 y pp. 126, 131 y 132. 26 Rafael Olivares Figueroa, "Las sanjuanadas, o mitos y ceremonias tradicionales en torno a la fiesta del Bautista", Diversiones pascuales en Oriente y otros ensayos, Caracas, Ardor, 1949, pp. 139-159, pp. 156-157.

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futuro novio. Había que hacerlo en el punto de la media noche2/. En Cataluña, las ordalías amorosas de la noche de San Juan cuentan también con arraigadísima tradición. Entre las más parecidas a las que ahora nos están ocupando se cuentan las siguientes: Las muchachas recurren también a otra ordalía. Escriben, la noche del santo, el nombre de tres pretendientes o de tres jóvenes de su gusto en tres papeles, que enrollan y tiran al agua de un vaso o de un recipiente; el primer papel que se despliega, o el que más lo hace, corresponde al nombre de! futuro marido. La misma práctica era conocida en Urgel, donde las muchachas creían averiguar si se casarían dentro de aquel año si se desenrollaba un papel precisamente a las doce del mediodía del santo. Han de ttrar los papeles al agua al punto de la medianoche, con la condición de que el agua debe estar bendita, según algunos folclonstas; o bien se ha de recitar la formulilla tradicional, pero cambiando el pcnúlrimo verso por «hazme saber quién será». En Manrcsa, los papeles podían tener los nombres que se quisiesen, según los pretendientes. Se tiraban la víspera a un plato de agua, y eran observados a la medianoche. En el Valles parece que esta ordalía se confundía con la de las habas en el hecho de que, después de haber escrito tantos papeles como pretendientes tenía, la muchacha los tiraba bajo la cama, y a las doce de la noche se levantaba y tomaba uno de los papeles. Más simple es la práctica siguiente. Había que salir al portal y esperar a que pasase algún hombre: el nombre del primero que la muchacha viese sería el del futuro marido. También se adivinaba de otras maneras a la medianoche, preguntando siempre el nombre del hombre. En Menorca se creía que la práctica tenía eficacia a la salida del sol. Si la moza, al salir de la misa primera de la festividad del Bautista, preguntaba el nombre del primer hombre que veía, averiguaba el de su futuro marido. En Gombrén, para saber con quién se casarían, las mozas asomaban la cabeza por la ventana antes de que saliese el 27 Versión recogida por mí a Teodoro Vidal y Víctor Sánchez, de Puerto Rico, entrevistados en Madrid el 6 de diciembre de 2002.

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sol, en la creencia de que sería el primer soltero o viudo que viesen; podía ser también, simplemente, el primer joven con el que se encontrasen la mañana del santo 2fí . Tampoco carecemos de registros del ámbito portugués que atestiguan supersticiones parecidas: Consiste esta operación en tomar un hocbecho de agua y escuchar el primer nombre o frase que se oye. Si fue un nombre, ése será el del novio o novia; si fue una frase, en ella se buscará la revelación del futuro en que se pensaba en la ocasión en que se escuchaba 2 ^.

LA TRADICIÓN BRITÁNICA

Hasta aquí hemos mantenido nuestro análisis dentro de las fronteras geográficas y culturales del mundo hispano-portugués, con un breve excurso que nos hizo remontar hasta la documentación de un rito erótico-adivinatono parecido en la Roma de la época de Valerio Máximo. Pero la superstición -o más bien la constelación de supersticiones- que con tanta agudeza describió y con sorna insuperable ridiculizó Cervantes en su Pedro de Urdemalas -y que reflejaron en sus obras otros autores áurcosha dejado sembrados testimonios y registros -parecidos y variables a un tiempo- en sociedades y en tradiciones literarias que van mucho más allá de las que nos son más próximas. Atender a ellos puede ser crucial para acabar de comprender el texto cervantino y el contexto credencial e ideológico que lo justifica. Especialmente abundante y significativa es la documentación británica relativa a las prácticas mágico-amorosas que se cultivaban ritualmcnte la víspera o el día de San Valentín {el 14 de febre-

28 Traduzco de Josep Romcu i Figucres, La nit de Sant Joan, Barcelona, Barcino, 1953, pp. 92-93. 29 Traduzco de "O bocbécho d'agua", A tradifao: Revista Mensual d'Ethnographia porlHgiií'za, illustrada (Serpa, Cámara Municipal, reed. úcs. 1997), Año III, vol. III, 1900, p. 25.

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ro), aunque alguna se relacionaba también con la fiesta de San Juan del 23-24 de junio: [De una carta de Dorothy Osborne, febrero 1654] Me levanté temprano con deseos de encentar a mi valentino, y salí a caminar con mis vestidos de noche. Me encontré con Mr. Fish y creí que marchaba a cazar, pero él se quedó delante de mí para decirme que yo era su valentina, [...]. [Del Voy age en Angleterre de Misson, 1719] Hay otras clases de valentinos^ que son el primer mozo o moza que la suerte pone en tu camino, en la calle o en algún otro lugar, ese día. [Año 1812] La primera persona del sexo opuesto que es contemplado, es generalmente considerado como el valentino de ese año, esté conforme o no... Algunos jóvenes caballeros y señoritas, para poner remedio a la mcertidumbre, hacen que les pongan al uno frente al otro con los ojos vendados. [Año 1828] Nuestras mozas campesinas sostienen que el primer hombre al que espían por la mañana será su valentino para aquel día... y acaso su esposo para toda la vida. Es increíble ver cuánta fe ponen en esta clase de sortes virgilianac. [Año 1872] La creencia es universal... se trata de que, si estás soltero, la primera persona sin casar que encuentres fuera de tu casa el día de San Valentín tendrá una influencia decisiva en tu destino futuro. Menos mal que hay una manera muy simple de librarse del arbitrio del destino, disponible para todos aquellos que desean un poco más de libertad a la hora de elegir pareja: quedarse dentro de casa hasta que expire el tiempo de los prodigios a las doce de la noche. [Año 1923] La primera persona a la que veas y que sea del sexo opuesto en el día de San Valentín, será tu esposo o esposa. [Año 1755] [En la víspera de San Valentín] escribimos los nombres de nuestros amantes en trocitos de papel, los envolvemos en barro y los ponemos en agua: y el primero que se abra será el de nuestro valentino. [Año 1776] [En la víspera de San Juan] se escriben sus nombres en un papel a las doce de la noche, se queman y se rcco-

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gen las cenizas con cuidado, y se dejan enrolladas dentro de un papel, en un vaso, haciendo la señal de la cruz, bajo la almohada [para soñar con el amado]. [Año 1832] La muchacha, al irse a la cama, debe escribir el alfabeto en trocitos de papel, y ponerlos en un recipiente con agua con las letras mirando hacia abajo; se dice que, por la mañana, encontrará la primera letra del nombre de su marido vuelto hacia arriba, mientras que las otras siguen como estaban 3°. LA TRADICIÓN GRIEGA, ANTIGUA Y MODERNA

Allá por el remoto siglo II de la era cristiana, el geógrafo griego Pausanias, en su Descripción de Grecia VII, 22, 2-3, hizo ciertos coméntanos, sobre los que conviene llamar la atención, acerca de un santuario que estaba dedicado a Hermes en la ciudad aquea de Peras, y al que se asociaban prácticas de adivinación que guardan cierto parecido con respecto a las que hasta aquí hemos conocido: El recinto del agora de Peras es grande a la manera antigua. En medio del agora hay una imagen de Hermes hecha de piedra y con barba. En pie sobre la misma tierra, es de forma cuadrangular y de pequeño tamaño. Sobre él hay una inscripción que dice que la ofrendó Símilo de Mesene. Se llama Agoreo y en él hay un oráculo. Delante de la imagen hay un hogar, también de piedra, y a él están sujetas unas lámparas de bronce con plomo. El que consulta al dios va por la tarde, quema incienso sobre el altar y llena las lámparas de aceite, las enciende y pone sobre el altar a la derecha de la imagen una moneda del país -se llama «de bronce»- y pregunta al oído del dios lo que desea consultar. Después se tapa los oídos y sale del agora. Cuando ha salido

30 Traduzco una parte de los textos entre los que hay consignados en lona Opie y Moira Tatem, A Dictionary of Superstitions, reed. Oxford-Nueva York, Oxford Universky Press, 1992, s. v. Valentinc: first person seen y s. v. ñames, divination ivith.

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afuera, retira las manos de los oídos, y cualquier frase que escucha la toma por la respuesta del oráculo. Otro oráculo de este tipo hay en Egipto en el santuario de Apis3 T . Después de señalar las coincidencias del rito descrito por Pausamas con los de magia adivinatoria mediante las palabras y los nombres que estamos conociendo, Julio Caro Baroja no dudó en evocar esta otra costumbre que hasta tiempos modernos ha perdurado en Grecia: Lo curioso es que en Grecia también perdura la misma adivinación, en particular la noche y el día de San Juan, y son las muchachas las que en sus amorosas dudas le invocan. El ritual con respecto al español descrito en la comedia de Cervantes apenas varía, aunque es siempre de más complicados preliminares. Lo mismo ocurre en Maccdonia y en otros lejanos países del oriente europeo3 2 .

MAGIA Y AMOR EN A MIDSUMMER NIGHT'S DREAM Y EN HAMLET DE SHAKESPEARE Todo el intrincado argumento de A Midsummer Night's Dream, es decir, de El sueño de una noche de verano, una de las más inspiradas obras maestras de William Shakespeare, gira, como es bien sabido, en torno a una sene de equívocos cómico-eróticos que enseguida apreciaremos hasta qué punto se hallan estrechamente relacionados con las supersticiones amorosas vistas hasta aquí, y que se suceden a ritmo trepidante a lo largo de las horas escasas que dura una acción completamente absorbida dentro de la

31 Pausanias, Descripción de Grecia, Ma. C. Herrero y F. J. Gómez, eds., Madrid, Credos, 1994, vol. III, pp. 73~75. 32 La estación del amor, p. 256. La fuente de información que declara Caro Baroja es J. Cuthbert Lawson, Modern Greek Folklore and Ancient Greek Religión, Cambridge, 1910, pp. 304-305.

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noche de la víspera de San Juan. Oberón, rey de las Hadas, encarga, en efecto, al duende Robín que aplique el jugo de una mágica flor sobre los párpados de diversos personajes de ambos sexos. Los efectos que tal jugo ha de obrar serán prodigiosos: Si se aplica su jugo sobre párpados dormidos, el hombre o la mujer se enamoran locamente del primer ser vivo al que se encuentran. Ello permite a Oberón tramar una vengativa burla contra su esposa, Titania, la reina de las Hadas, con la que se halla enfadado: En cuanto tenga el jugo esperaré a que Titania este dormida para verter el líquido en sus ojos. Al primer ser vivo que vea cuando despierte, sea un león, uno oso, un lobo, un toro, el travieso mono, el incansable simio, lo seguirá con las ansias del amor (I, i)33. Pero el caso es que no será Titania -quien se prendará locamente al despertar del sueño y contemplar a un patán al que Robín ha encasquetado una ridicula cabeza de burro- la única víctima de los enredos provocados por el poderoso filtro amoroso de Oberón y de Robín. Hermia y Lisandro, Helena y Demetrio, se enamorarán y desenamorarán también al ritmo que imponga la caprichosa administración del mágico líquido, cuyos efectos no dejan de estar relacionados con los que la creencia vulgar atribuía al resto de las supersticiones mágico-eróticas típicas de las noches de San Juan y de San Valentín: la pasión amorosa había de inflamar a quien abriese los ojos aquella noche y contemplase a la primera persona que pasase por allí. No es necesario traer a colación aquí las numerosas y enrevesadas escenas que muestran a los personajes de A Midsummer

33 Williarn Shakespeare, El sueño de una noche de verano, en El sueño de una noche de verano. Noche de reyes, Á.-L. Pujante, trad., Madrid, Espasa, 2002, pp. 57-141 y p. 78.

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Nigbt's Dream enamorándose perdidamente de la primera persona con la que se encuentran durante la noche de San Juan. Sí puede ser interesante recordar el episodio, casi conclusivo, en que el duque Teseo intenta poner orden en la desconcertada mezcolanza de amoríos haciendo una más que significativa alusión a la noche de San Valentín: Buenos días, amigos. San Valentín ya pasó. ¿Se emparejan ahora estas aves del bosque? (IV, i)34. La mención de este santo es obvio que establece un vínculo entre todo el enredo que despliega A Midsummer Nigbt's Dream (cuyo título señala directamente a la celebración del solsticio de verano, es decir, a la noche de San Juan) y el conjunto de supersticiones mágico-amorosas que hemos visto que, en el ámbito británico, se asocian básicamente a la fiesta de San Valentín (14 de febrero), aunque a veces también a la de San Juan (24 de junio). El aparentemente confuso solapamiento de ambas festividades no debe causarnos demasiada extrañeza, porque muchas de las supersticiones de esta especie ya hemos visto -y seguiremos viendo- que se asocian, con gran flexibilidad, a estas dos e incluso a otras fiestas, como las de la Nochebuena, Nochevieja, San Antonio o San Pedro. Por cierto, que los dos versos shakespearianos relativos a San Valentín se entienden mucho mejor si se tiene en cuenta que otra de las creencias populares que los británicos asociaban a las celebraciones de ese santo atribuía a las aves el deseo y la capacidad de escoger pareja aquel día. La impresionante escena IV,j de otra de las grandes obras maestras de Shakespeare, Hamlet, muestra a la enloquecida Ofelia aludiendo también, en su delirante canción, a los rituales amorosos de la noche de San Valentín: OFELIA [canta]: Mañana es el día de San Valentín, temprano, al amanecer, y yo estaré en tu balcón; tu enamorada seré. 34 Shakespeare, El sueño de una noche de verano, p. 119.

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Entonces él se levantó y vistió y a la doncella hizo entrar que de su alcoba doncella ya nunca saldría jamases. Todos los críticos coinciden en que la canción de Ofelia alude a la tradición, practicada de manera general en la noche del santo del amor, de que las muchachas acechasen desde el balcón la llegada del primer hombre que pasase por allí, en la creencia de que él o alguien que se pareciese o que se llamase igual que él habría de convertirse en su novio o en su marido. Si alguien albergara todavía alguna duda acerca de si las supersticiones mágico-eróticas populares puestas en escena por Cervantes en Pedro de Urdemalas, por Ruiz de Alarcón en Las paredes oyen, y por Shakespeare en A MidsHmmer Nigbt's Dream y en ffamlet tendrán, en efecto, alguna vinculación entre sí y pertenecerán a la misma constelación de creencias, puede que el siguiente texto que vamos a considerar pueda contribuir a despejarlas. Porque no puede resultar más indicativo el hecho de que las costumbres inglesas relacionadas con las suertes amorosas del día de San Valentín (o de San Juan) llamaran la atención nada menos que de Leandro Fernández de Moratín, y menos aún que el gran escritor prerromántico español las relacionase -¡aun localizándolas, no sabemos por qué ¡«en el primer día de mayo»!-, de forma explícita, con las que reflejó Cervantes en su comedía. En efecto, en su hermosa traducción delHamlet (1798) shakespeariano, argumentó Moratín, a propósito de la alusión de Ofelia a la fiesta de San Valentín, lo siguiente: En estos versos se alude á una costumbre popular muy antigua en Inglaterra. Las muchachas solteras tenían gran cuidado de ponerse á la ventana ó salir á la calle en el primer día de mayo, al rayar el alva, y el joven que las vcia primero, aquel creían que fuese el que la fortuna las destinaba para mando ú galán. Lo más asombroso es, en cualquier caso, el modo en que el

35 Á.-I,. Pujante, ed., Madrid, Espasa-Calpc, 1994, p. 167.

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avispado Moratín supo justificar, hace más de dos siglos, el paralelismo, evidente en este punto, entre la obra shakespeanana y la cervantina: En una comedia de Cervantes intitulada Pedro de Urdemalas se hace mención de otra práctica vulgar en España, muy semejante á la que se acaba de referir. Las mozas casaderas se ponían á la ventana en la noche de San Juan, con el cabello suelto, y un pie desnudo dentro de un barreño lleno de agua, y estaban atentas á escuchar el primer nombre que digesen en la calle: suponiendo que así debia llamarse el que había de ser su mando. A esto aluden los siguientes versos de Benita en la citada comedia3 6 . Para despejar cualquier duda, reproduce a continuación Moratín los versos de la Benita cervantina que pudimos leer al comienzo de este artículo. Para él no había ninguna duda -tampoco la hay para nosotros- de que se hallaban en estrecha relación, porque aludían a un tipo parecido de superstición popular, con el cántico dramático de la desgraciada Ofelia.

LAS TRADICIONES DE FRANCIA Y ALEMANIA

Aun siendo la tradición británica de nuestra superstición la que tiende puentes más interesantes -en principio- con la hispánica, gracias sobre todo a la comunicación que permite establecer entre comedias nada menos que de Cervantes, Ruiz de Alarcón y Shakespeare, no hay que olvidar que existen otras tradiciones folclóncas en que también han sido registrados testimonios sumamente interesantes de la misma familia de supersticiones. La francesa, por ejemplo: Para averiguar quien de entre tres o cuatro personas nos quiere más, hace falta coger tres o cuatro capullos de cardo, cortar 36 Leandro Fernández de Moratín, Traducción de Hamlet, de Shakespeare, París, Imprenta de Augusto Bobee, 1825, pp. 173-174.

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las puntas, dar a cada capullo el nombre de alguna de esas personas, y ponerlas en seguida bajo ¡a cabecera de !a cama; el cardo que desarrolle nuevas puntas será el que indicará a la persona que nos tiene más cariño. En La Lorena, esta prueba se hacía igual a mediados del siglo pasado: los lunes, las cabezas que hubieran desarrollado durante la noche la más bella flor indicarían cuál de entre tres personas, por la constancia de su cariño, tenía más derecho a ser tratado con especial afecto^. Entre las Deutsche Sagen ("Leyendas alemanas"} que en 1816 y 1818 publicaron los hermanos Jakob y Wilhelm Grimm figuran también preciosas informaciones acerca de un rito de magia adivinatoria que debía ser puesto comúnmente en práctica, durante la Nochebuena -no en San Juan ni en San Valentín-, en la Alemania de su tiempo: Otros tornan un recipiente heredado y un ovillo de hilo, atan fuertemente el hilo al recipiente y dan unas vueltas de hilo en torno al ovillo, para que no se suelte de él más de lo que ellas lo han dejado correr antes. Dejan suelto, pues, un codo o dos y, entonces, sacan este péndulo por la ventana y lo mueven de un lado a otro junto a la pared exterior, y dicen mientras lo hacen: -¡Escucha! ¡Escucha! Entonces deben oír una voz desde el lado o la parte o desde el lugar adonde van a ir a casarse y a vivir. Otros cogen el pomo de la puerta y la abren; cuando vuelven a meter la mano, tienen en ella algunos cabellos de su futuro

37 Traduzco de Sébillot, Le Folk-Lore de france III, La faune et la Flore, recd. París, G.-P. Maisonneuve et Larosc, 1968, p. 506. 38 Jakob y Wilhelm Grimm, "La Nochebuena", La mujer del musgo y otras leyendas alemanas, B. Almeida y J. M. Pedrosa, eds., Oiartzun, Sendoa, núm. 116, 2000.

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UNA SUPERSTICIÓN RUSA VISTA AL TRASLUZ DE UNA NOVELA VASCA: LA TRADICIÓN DE KANDINSKY,

DE RAMÓN SAIZARBITORIA

El testimonio acaso más raro y sorprendente de nuestra superstición -por lo excéntrico, por lo elíptico y, sin embargo, por lo increíblemente próximo de su trasfondo antropológico- es el que vamos a conocer a continuación. Hijo, esta vez, de una época y de un siglo -el XXI- globalizados, en que creencias y ritos que eran en un principio locales -al menos en aparienciaadquieren con pasmosa rapidez el rango de internacionales, gracias no ya a la potencia de la voz, sino a la de la letra escrita, la del comercio de libros, la de los medios de cultura que alcanzan difusiones masivas, Porque resulta que en Rusia han tenido también -al parecergran arraigo costumbres y supersticiones de esta especie. Y que La tradición de Kandinsky (2003), una novela publicada originalmente en lengua vasca por el narrador Ramón Saizarbitoria, tiene como punto de partida, como clave esencial, como motor de toda la intriga, la descripción de una tradición rusa común en cada Nochebuena, que muestra a las muchachas saliendo a la calle para preguntar su nombre al primer varón al que encuentran, convencidas de que, al correr del tiempo, acabarán casándose con alguien que lleve el mismo nombre. La síntesis argumental ofrecida por Jon Kortazar, en su estudio introductorio a la novela de Saizarbitoria, muestra hasta que punto la vieja y arraigada superstición rusa —cultivada, en aquellas tierras, en la Nochcvieja, en vez de en San Juan o en San Valentín- ofrece el cimiento esencial sobre el que se construye la novela ambientada en el País Vasco: En un primer plano la historia narra la primera relación amorosa y sexual de una joven, Miren/María que ha ya cumplido dieciocho años. Miren/María conoce la historia de la tradición rusa contada por Nina Kandinsky, y decide probar si esa tradición funcionará con ella: si se casará con alguien que lleve el nombre de la primera persona a la que se lo pregunte tras

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las campanadas de Nochevieja. Resulta que clía quiere un nombre como Aitor, como Nina quería Gregor, "un nombre tradicional de la vieja Rusia", y la primera persona a la que pregunta su nombre se llama Aitor. Hasta llegar a este punto, Miren/María ha estado fantaseando con un chico que se llama Manuel y que es de Labastida, es decir, no "es un nombre tradicional de la vieja Euskadi". Aparentemente enamorada, y convencida de la idea de amar y ser amada por Aitor, mantiene su primera relación sexual con él en un hotel desangelado y poco acogedor, para descubrir esa misma tardc-noche que el verdadero nombre de su pareja es Manuel. Tras romper con esta persona conocerá en Labastída, fuera de San Sebastián, a un Manuel que coincide en sus gustos personales y artísticos, y además es de Labastída, como el amigo creado por su fantasía, y de quien es posible -en el final abierto de la novela- que termine enamorándose, aunque «nuestro destino no está escrito39. Los párrafos iniciales de la novela de Saizarbitoria resultan, en cualquier caso, más reveladores que ninguna descripción: Un día, entre los libros que mi madre tomaba prestados de la biblioteca, vi uno titulado Kandinsky y yo, una biografía del pintor escrita por su viuda, en la que cuenta una anécdota muy bonita. Al parecer, en la Rusia de los zares, las chicas jóvenes, siguiendo una antigua tradición, salían de casa la noche de fin de año y abordaban al primer hombre que se encontraban en la calle para preguntarse cómo se llamaba, puesto que existía la creencia de que se casarían con alguien del mismo nombre. Una Nochevie;a, Nina Kandinsky, igual que otras chicas jóvenes, salió a la calle, y el primer hombre con el que se encontró, un joven encantador según ella, le dijo que se llamaba Wassily. Sufrió una profunda decepción, pues siempre había soñado que su futuro marido se llamaría Gregor, un nombre tradicional de la vieja Rusia. Sin embargo, unos años más tarde, en 1916, conocería al famoso pintor Wassily Kandinsky, con quien contraería matrimonio y viviría feliz durante mucho tiempo. 39 Jon Kortazar, "Introducción", en Ramón Saizarbitoria, La tradición de Kandinsky-, J. Kortazar, ed., Madrid, Centro de Lingüística Aplicada Atenea, 2003, p. iS.

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Cuando leí la anécdota, estábamos ya a primeros de diciembre y, no se por qué, chaladuras que le dan a una, se me metió en la cabeza que lo que valía en Rusia no tenía por qué no funcionar aquí, de manera que me propuse hacer la prueba. Recuerdo que se me hicieron muy largos los días esperando que llegara la Nochevieja. A mí, como nombre, me gustaba Aitor. Me sonaba bien ser la mujer de Aitor. Siempre me ha parecido un nombre serio, rotundo, muy de hombre y absolutamente nuestro. No es que me gustase porque fuera muy nuestro, por lo del dios Thor y todas esas cosas mitológicas, ni tan siquiera porque pretendiera casarme, necesariamente, con un chico vasco; quiero decir que me hubiese gustado cualquiera que fuese agradable, sensible y guapo, en ese preciso orden, con independencia de que fuera francés o, qué sé yo, panameño o de cualquier otro sitio, porque no soy nada racista, pero, a igualdad de condiciones, prefería un Aitor, aunque, claro, debe de ser difícil encontrarte con un chico que llamándose así no sea vasco. Bueno, que a mí me gustaba Aitor y fantaseaba con que un día, en un baile o, qué se yo, en una exposición de pintura, porque voy a bastantes, me encontraba con un chico guapo y sensible y agradable, agradable sobre todo, que se me presentaba diciendo; «me llamo Aitor»4°.

LA "MAGIA DEL PRIMER ENCUENTRO" AL ATRAVESAR EL UMBRAL Si hubiésemos de formular los ejes fundamentales, las líneas básicas de las supersticiones y de los ritos que hemos intentado describir, analizar e interpretar hasta aquí, podríamos decir que existe o que ha existido, en muy vanadas tradiciones del mundo -desde la Roma clásica hasta la Hispanoamérica de hoy, pasando por Gran Bretaña, Alemania o Rusia-, la creencia de que, sobre todo en determinadas fechas o festividades -San Juan, San Valentín, San Antonio, San Pedro, Nochebuena, Nochevieja-, cuando una persona sale del umbral del sueño, o de su casa -asomándose a la ven-

40 Saizarbitoria, La tradición de Kandinsky, pp. 35-37.

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tana o atravesando la puerta-, y encuentra a otra -o escucha el nombre de otra, o aprecia las características físicas, morales o sociales de otra-, queda mágicamente vinculada a la persona con la que casualmente se ha encontrado por una relación que o bien habrá de ser de tipo amoroso, o bien será de asimilación mimética de alguno de sus rasgos -nombre, oficio, etc.-. En torno a este núcleo principal gravitan multitud de motivos flotantes, de tópicos añadidos, de adherencias inestables que justifican que cada versión de la superstición sea parecida, pero no idéntica., a todas y cada una de las otras. Hay tradiciones, como la salmantina, en que las variantes parecen infinitas. En efecto, una encuesta etnográfica que respondía a la pregunta "¿Qué significado tiene e! encontrarse con ciertas personas?" obtuvo las siguientes sugestivas respuestas, en pueblos distintos de aquella provincia: 3 cojos seguidos, detrás un conocido. 3 curas juntos, se hace un nudo en el pañuelo y recibes una alegría. Detrás de un cojo otro cojo y, si no, un conocido. "Dios me libre de un rubio, un rojo y un cojo, y de uno al que le falte un ojo". Detrás de un cojo, un conocido, y si no, tres cojos seguidos. Un cura, mala suerte. Encontrarse con un cojo o varios, mala suerte. Con monjas de cara, buena suerte. Con monjas de espalda, mala suerte. Un carro de muebles, buena suerte. Tres mujeres en corro, hablando, mala suerte. Tuerto, mala suerte. Te echa mal de ojo. Un cojo, suerte. Si te encuentras con un cojo o un impedido, tócate la cabeza o el pelo para no tener mala suerte. Es mala suerte encontrarse al salir de casa con bizcos, cheposos y contrahechos, y peor cuanto antes los encontrases. Si es la primera persona que ves, mejor te quedas en casa. Si no, había que santiguarse y esperar a que se acabase el día. Chatas, mala suerte 41 . 41 Prácticas y creencias supersticiosas en la provincia de Salamanca, ]. F. Blanco, dir., Salamanca, Diputación, 1987, p. 64.

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La creencia de que la primera persona con la que uno se encuentra tras despertar, tras asomarse a la ventana, tras cruzar la puerta, tras llegar a determinado lugar, quedará vinculada o jugará determinado papel en nuestras vidas, cuenta con una viejísima y extendidísima tradición. James George Frazer estudió, en un trabajo ya clásico, lo que podría definirse como "la magia del umbral", que desde la Biblia hasta hoy ha generado una inmensa cantidad de creencias, de supersticiones, de ritos de este tipo, en pueblos y en latitudes muy diversos1*2. No nos pararemos a reproducir aquí el estudio ni los ejemplos aportados en el bien conocido trabajo de Frazer. Pero sí que evocaremos, aunque sea muy de pasada, diversos mitos grecolatínos que tienen que ver con este tipo de "magia del umbral" que permite interpretar todo el corpus de textos, literarios y etnográficos, que hemos revisado hasta aquí. Recordemos, por ejemplo, el mito del rey de Creta Idomeneo, descrito, glosado o aludido por una gran cantidad de autores grecolatínos: Otras versiones cuentan que, cuando el viaje de Troya a Creta, la flota de Idomeneo se vio azotada por una tempestad. Entonces el rey hizo voto de sacrificar a Poseidón el primer ser humano que encontrase en su reino si llegaba sano y salvo a él Y he aquí que la primera persona que vio al abordar fue su hijo (o su hija). Fiel a su promesa, el rey lo sacrificó, aunque otros aseguran que sólo efectuó el simulacro. Sea lo que fuere, no tardó en producirse una epidemia, que asoló Creta, y para aplacar a los dioses, los habitantes expulsaron a Idomeneo, cuyo acto cruel había provocado la cólera divina. Idomeneo se trasladó entonces a Italia meridional, y se estableció en Salcnto, donde erigió un templo a Atcnca43. Otro ejemplo bien significativo: el de la divinidad romana Acá Laurentia, a la que dedicaron interesantísimos comentarios y glosas Plutarco, Lactancio, Catón, Macrobio o Varrón: 42 James Georgc Frazer, El folklore en e! antiguo testamento, G. Novas, trad., México, Fondo de Cultura Económica, 1981, pp. 420-432. 43 l'icrre Gnmal, Diccionario de mitología griega y roma?¡a, Barcelona, Paidós, reed. 1997, s, v. Idomeneo.

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Bajo el reinado de Rómulo o de Anco Marcio, con ocasión de una festividad, el guardián del templo de Hercules, de Roma, invitó al propio dios a participar en un juego de dados, a condición de que el ganador procuraría al otro una comida y una doncella. El dios aceptó y ganó la partida, y el guardián le sirvió un banquete en el templo y le procuró los favores de la más hermosa moza que entonces había en Roma, Acá Larentia. Hércules, al dejarla, le aconsejó, como recompensa, que se pusiera al servicio del primer hombre que encontrase. Este hombre fue un etrusco, llamado Tarucio, que casó con ella. Era muy rico \ó p r o to; Acá Larentia heredó su fortuna, consistente en vastas propiedades en las cercanías de Roma, que ella, a su muerte, legó, a su vez, al pueblo romano. Es evidente que esta versión de la leyenda ha sido ideada para conferir títulos jurídicos a la posesión de territorios reivindicados por Roma. Anciana ya, Acá desapareció en el Velabro, sin dejar rastro, en el mismo lugar donde estaba sepultada la otra Larentia, esposa de Fáustulo44. De la Edad Media conocemos el siguiente relato, incluido hacia 1223 o 1224 por Cesáreo de Heisterbach, monje cisterciense alemán, en su Dialogas miraculorum, una inmensa colección de exempla en latín que estaban tomados, al menos en parte, de fuentes orales: Bertoldo, el palatino de Wittillbach, era un juez tan cruel que condenaba a muerte a cualquier ladrón, aunque sólo fuera por el daño de un óbolo. Y, según oí a un abad, cuantas veces salía de palacio, llevaba colgados de su cinturón unos lazos para no demorar el castigo de los culpables. Un día, al levantarse por la mañana, sujetando, como de costumbre, un lazo a su cinturón, oyó la siguiente voz en el aire que le decía: «Bertoldo, cuelga con ese lazo al primero que encuentres al salir del palacio». Tomando la voz como un anuncio del cielo, cuando salió, al primero que se encontró fue a un suboficial suyo. Al verlo, se afligió sobremanera, porque le tenía mucho afecto, y le dijo: -Siento muy mucho haberme encontrado contigo. Le respondió él: -Y ¿por que he de ser colgado en la horca? 44 Gnmal, Diccionario, s. v. Acá Laurentia.

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Dijo el palatino: no lo sé, pero prepara tu confesión y pon en orden tus cosas, pues no debo oponerme a la voluntad del ciclo. Viendo que no podía ser de otra manera, dijo: -Justo es el Señor. Yo perseguí a muchos que me daban la espalda e hice que los mataran, me apoderé de los bienes de otros muchos, tampoco tuve consideración con los pobres y a ti, mi señor, rara vez te fui fiel. Todos se quedaron admirados al oír su confesión y comprendieron que su muerte fue un castigo enviado por Dios. Y como este mismo palatino sentenciaba sin misericordia, cuando iba a ser asesinado por el mariscal Enrique, para vengar la muerte del Rey Felipe, a quien había matado, imploró misericordia, pero no la halló. Ño hay un juicio justo ni es un mandato de Dios, cuando se castiga igualmente con el mismo castigo una culpa sin importancia y otra mucho mayor45. La tradición oral moderna atesora innumerables cuentos folclóricos que integran, en modos y variantes muy distintos, el tópico de "la magia del umbral", el del encuentro casual con alguna persona cuya vida habrá de marcar o quedará indeleblemente marcada por tal encuentro. Así dice un episodio de un cuento beréber de Marruecos: Los muchachos, mientras tanto, hicieron largas y fatigosas jornadas de camino, hasta llegar ante las murallas de la capital de aquel estado, en donde acababa de morir el rey. Para terminar con las disputas de la sucesión, se había llegado al acuerdo de nombrar y aceptar por rey al primer hombre que traspusiera las puertas de la ciudad aquella mañana. Los dos jóvenes, ignorantes de lo que ¡es aguardaba, fueron los primeros en cruzar juntos el umbral, siendo al punto retenidos por los guardianes y conducidos a palacio. Allí fueron mostrados a la asamblea que se regocijó y felicitó de su suerte por lo bellos que les parecieron. Nombraron rey al mayor de los dos, y al segundo le encomendaron la alta dignidad de juez del reino. A partir de aquel mismo momento, comenzaron a reinar e impartir 45 Cesáreo de Heistcrbach, Diálogo de milagros, Z. Prieto Hernández, cd., Zamora, Ediciones Montccasino, 1998, núm. VI: XXVI, vol. I,pp. 511-512.

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justicia, y el pueblo se maravillaba día a día de su prudencia y justo proceder...4^. El siguiente es el inicio de un cuento tradicional irlandés en el que vuelve a engarzarse el tópico de la magia del umbral: Éste era un rey de Irlanda que salió a pasear un día con su Gran Consejero. Llegaron junto a una laguna, y vieron en ella a una pata salvaje con doce polluelos, y ia pata empujaba y alejaba a golpes a uno de los pequeñuelos para hacer que dejase la pollada. -Me pregunto por qué el ave hace una cosa así -dijo el rey. -Lo justo cuando hay una familia de doce es enviar a uno fuera de casa, para que vaya a buscar fortuna por su cuenta -le responde el Gran Consejero. -Si es así -pregunta e¡ rey-, ¿cómo puedo saber a cuál de mis hijos debo enviar lejos de casa? -Yo os diré cómo -dice el Gran Consejero-, Mañana, cuando vuelvan de la escuela, sigiladlos, y cerradle la puerta al que llegue el último, y que sea él quien mandéis fuera. De modo que al día siguiente ambos vigilaron a los doce hijos cuando volvían de la escuela, y el último en llegar a la puerta fue el más joven. -Oh, démosle otra oportunidad -dice el rey. Así que al día siguiente volvieron a vigilar, y el último en llegar a la puerta fue otra vez el más joven, y al tercer día sucedió lo mismo. —Oh -dice el rey-, para mí es peor que se vaya ei más joven que dos de los otros. -No debéis preocuparos por eso -dice el Gran Consejero-, pues puedo deciros que llevará una vida feliz...47. Un último, remoto, exótico, pero interesantísimo testimonio: el de la superstición de la que fue testigo el colono británico Henry Parker en el Ceilán de comienzos del siglo XX:

46 Uwe Toppcr, "Elpájaro de los huevos de oro", Cuentos populares de los bereberes, Madrid, Miraguano, 1993, núm. 42, pp. 188-193 Y P- I 9 I 47 Cuentos populares irlandeses, Juan M. de Prada, cd., Madrid, Sirucla, 1994, p. 195.

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Después del amanecer [...] nuestro anfitrión está a punto de abandonar su cuarto tras el reposo nocturno cuando el chirrido de un pequeño lagarto doméstico de colores pálidos que se desplaza por la pared le obliga a volver sobre sus pasos rápidamente, con el fin de evitar las malas influencias contra las que el sabio lagarto había elevado su advertencia. Se queda en casa durante un rato, ocupándose en cosas diversas, y cuando llega un momento algo más propicio sale afuera, teniendo buen cuidado de pasar por encima del umbral adelantando el pie derecho. Le alegra comprobar que nadie le impide el paso tras su salida, y que nosotros somos los primeros seres humanos en que se detiene su mirada. Comenzar la jornada contemplando en primer lugar a una persona de un estatus superior es un buen augurio que presagia el carácter favorable del resto del día, y no todas las jornadas resulta uno bendecido de ese modo. Corroboran nuestra optimista expresión otros indicios agradables, pero es preciso tomar la precaución de no pronunciar ninguna alabanza explícita de nada que él pueda poseer, porque conocemos la creencia de que uno nunca sabe si tales cosas no tendrán efectos negativos por culpa de la malignidad de algunos celosos espíritus del mal. [...] El pariente de nuestro anfitrión, tras haber comido algo de arroz con leche, está a punto de emprender el viaje hasta su lejano pueblo, y cuando marcha dice solamente: "Bueno, me voy". La respuesta es: "Bien. Si te vas, regresa". Éstas últimas palabras no deben ser omitidas, porque, de otro modo, podría parecer que su futuro regreso no es deseado. De modo que emprende su viaje y el anfitrión le acompaña hasta la puerta del jardín. Pero en unos pocos minutos está de regreso, explicando que se ha tropezado con un mal augurio que hace necesario retrasar la partida. Un perro se le había atravesado en el sendero, impidiendo su paso, y no daba ninguna señal de querer moverse de allí, ni siquiera después de que le hubiese hablado. El anfitrión se muestra comprensivamente de acuerdo en que hubiera sido muy imprudente mantener el viaje tras apreciar un agüero tan desfavorable justo en el momento de su inicio, y

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se llega al acuerdo de que el hombre se marche al principio de la tarde, cuando el peligro, fuera el que fuera, hubiese pasado ya4^. Por cierto, que el miedo supersticioso a tropezarse con un perro al salir de casa no es exclusivo de Ceilán. También en España ha tenido algún arraigo, tal y como reflejaba un texto que reprodujimos anteriormente: Ya los hombres más resueltos se sobresaltaban si distinguían al salir de su casa a un perro negro, o si al dar limosna a un pobre o cambiar una moneda venía al suelo de cara o cruz49. Muchos más ejemplos, cada vez más sugestivos, cada vez más excéntricos, podríamos seguir añadiendo a la extensísima nómina de los conocidos hasta ahora. Pero, con los que hemos aducido, se ha cumplido ya, muy posiblemente, el objetivo esencial de este trabajo: demostrar que el cómico episodio teatral de Benita, Pascual, Pedro y el Sacristán, que Cervantes interpoló en su Pedro de Urdemaias, tiene un sentido mucho más profundo que el que su rápida, ligera y poco trascendente apariencia da a entender. O que el enredo protagonizado por doña Ana, Celia, don Mendo y don Juan en Las paredes oyen de Ruiz de Alarcón refleja unos rituales que sólo la comparación antropológica puede permitir reconocer e interpretar. O que las andanzas de Robín y Titania, Hermia y Lisandro, Helena y Demetrio en A Midsummer Nigbt's Dream de Shakespeare se apoyan sobre un fondo de ritos y de creencias que tienen estrecha relación de parentesco con las de las comedías españolas de Cervantes y Ruiz de Alarcón.

48 Henry Parker, La princesa de cristal y otros cuentos populares del viejo Ceilán, S. Cortés, H. Frey, y J. M. Pedrosa, eds., Madrid, Páginas de Espuma (en prensa). 49 Caro Baroja, La estación del amor, pp. 258-259. Su fuente es Antonio Neíra de Mosquera, "La noche de an Juan", El mundo pintoresco III, 6 (5 de febrero de 1860), pp. 47-48.

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Que, en fin, toda esta literatura refleja un tipo de creencia, una modalidad de rito, una forma de expresión de las ideas, de las convicciones, de la identidad, que liga al individuo con la colectividad y a unas colectividades con otras. Y que condensa un modo de pensar y de proceder ritualmente que puede ser tachado de superstición, pero también de creencia, y que no sólo afecta a supersticiosos o crédulos individuos concretos -como Benita o doña Ana-, sino que también vincula la sociedad en que vivió Cervantes o la que conoció Shakesperare con las de la Grecia antigua, la Roma clásica, la Alemania medieval y romántica, el Ceilán colonial, la Rusia zarista o la Hispanoamérica de hoy. Todo esto nos enseña, pues, que la cultura no conoce fronteras; que la mejor literatura es espejo de la cultura de los pueblos, de los modestos y anónimos ritos -o hitos- de la cotidianidad; que la prospección etnográfica y antropológica habría de ser complemento necesario, imprescindible, de la investigación filológica; y que, para conocer cualquier texto literario, es preciso mirar en torno a él y tratar de reconocer lo que se le ha quedado impregnado de cuanto sucede a su alrededor.

JOSÉ MANUEL PEDROSA (Universidad de Alcalá)

Separata de

CERVANTES Y EL MUNDO DEL TEATRO Coordinado por Héctor Brioso Santos (Universidad de Alcalá)

TEATRO DEL SIGLO DE ORO ESTUDIOS DE LITERATURA 108 CONSEJO DE DIRECCIÓN: Ignacio A rellano Daníéle Becker

Alberto Blecua Juvenüno Caminero Fernando Cantalapiedra

Ángeles Cardona Frank P. Casa José María Diez Borque

Aurora Egido Roben Jammes Ciríaco Morón Arroyo Sebastian Neumeister Alan K. G. Paterson

Gerhard Poppenberg Augustin Redondo Alfredo Rodríguez López-Vázquez Karl-Ludwig Selig Alfonso de Toro Marc Viese Bruce W. Wardropper t Jack Weincr

Kassel • Edición Reichenberger • 2007 ISBN: 978-3-937734-51-4

SUMARIO "Se me iban los ojos tras la farándula..." Presentación por Héctor Brioso Santos

i

I - CERVANTES Y EL TEATRO

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Cervantes y la vida teatral del Siglo de Oro por José María Diez Borque

11

Cervantes ante la palabra lírica: El teatro por Fernando Romo Feito

II - COMEDIAS Y TRAGEDIAS Cervantes, Ruiz de Alarcón, Shakespeare y la noche de San Juan: Pedro de Urdemalas, Las paredes oyen, A Mídsummer Nigbt's Dream por José Manuel Pedresa

39

71

73

Teatro y novela cervantina: interferencias de los géneros en Los trabajos de Persiles y Sigismunda por Amelle Adde

119

Una imagen del horror en el teatro de Cervantes (Numancia, III, w. 1687-1731) por José Montero Reguera

137

III - LOS ENTREMESES

Cervantes: entremés de la amante endemoniada (Los trabajos de Persiles y Sigismunda, libro III, capítulos 20 y 21) por Stanislav Zimic

143

145

Cervantes y la "comedia humana" en los entremeses (realidades sociológicas y caracterización cómica) por Christían Andrés

173

Subversión y heterodoxia en los entremeses cervantinos por Francisco Sáez Raposo

197

La irónica estrategia de Cervantes; El rufián mudo por Elena Di Pinto

Nota a un verso difícil de El rufián viudo de Cervantes por Héctor Brioso Santos IV.-lNSTRUMENTA

219

237 271

Onomástica entremesil cervantina (índice explicativo

de personajes) por Javier Huerta Calvo/Rafael Martín Martínez/ Francisco Sáez Raposo

273

A vueltas con Cervantes, Salas Barbadillo, Quevedo, Góngora y otros. Apuntes a una reciente colección de la literatura sobre Escarramán y su baile por Héctor Brioso Santos

317

V.- APÉNDICE Las ediciones de los entremeses de Miguel de Cervantes por Héctor Brioso Santos

351

353

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